Más de 1000 voluntarios de Samaritan's Purse se desplegaron en Asheville el sábado 5 de oct. para ayudar a quienes relatan historias desgarradoras de supervivencia al huracán.
Steve luchaba por mantener su camioneta conduciendo en línea recta por una Carretera que no podía ver. Cuando la alerta de evacuación había sonado, apenas unos minutos antes, él despertó a su hijo de quince años, Aiden, y salieron corriendo de su casa. Ahora, luchaban por ponerse a salvo mientras la inundación causada por el huracán Helene devoraba la única casa que Aiden había conocido. “Pensé que lo tenía bajo control”, dijo Steve. “Entonces, una casa rodante salió de la nada, flotó frente a nosotros, y bloqueó el único camino de salida. Aiden me dijo que no se sentía bien. Estaba empezando a descompensarse”.
Aiden, que tiene diabetes de tipo 1, tenía un bajón de azúcar en sangre. Desesperado por salvar a su hijo del agua que subía rápidamente y por conseguirle la atención que necesitaba, Steve tomó la decisión de pasar por con su camioneta por el costado de la casa rodante, sabiendo que si el agua volvía a moverla, podía aplastarlos. “Nunca había tenido tanto miedo en mi vida”, dijo.
Al mismo tiempo, unos pocos kilómetros más adelante en la carretera, Dennis y Joanne entraron en pánico cuando vieron que agua se metía en su casa por todas las rendijas y grietas posibles. El agua subía rápidamente y tuvieron miedo de que, si subía mucho más, destrozaría la ventana del frente de la casa. Debían irse, pero no tenían idea de adónde ir, o de cómo podrían abrirse paso contra la corriente del agua para llegar a un lugar seguro. De repente, contra toda lógica, llamaron golpeando fuertemente a la puerta. Escucharon a un hombre con un marcado acento francés que dijo: “Estoy aquí para sacarlos”.
El hombre, llamado Gil, era un desconocido para Dennis y Joanne, pero los ayudó a abrir la puerta lo suficiente como para que pudieran escapar. Agarró a Dennis de la mano, y Dennis aferró fuerte a Joanne. Luego, los tres lucharon contra el agua y el viento para llegar a un terreno más alto. “Nos sujetamos a los árboles durante el camino para no ser arrastrados”, relató Dennis. “No recuerdo haber tenido tanto miedo en mi vida”.
A dos cuadras de distancia, Julia peleaba su propia batalla contra la tormenta monstruosa. Estaba en la planta baja de su casa, viendo cómo el agua subía y escuchando que chocaba contra las parades de su cochera. “Pensé que estaba todo bien”, dijo. “Creí que mi cochera sufriría algunos daños, pero que el agua quedaría contenida”. Sin embargo, esa esperanza fracasó cuando su puerta se abrió de golpe y un torrente se precipitó dentro de su casa. “Todo sucedió muy rápido”, relató ella. “Levanté a mi perro y, afortunadamente, también tuve presente agarrar el poco de agua y de comida que podía cargar”. Caminó a través del agua que le llegaba a la cintura y que de repente se había apoderado de su casa, para llegar a la escalera. “Apenas podía mantenerme de pie”, dijo. “No estaba segura de poder lograrlo. Fue aterrador”.
Steve, Aiden, Dennis, Joanne y Julia: cada uno luchaba por su vida y contra el miedo y el pánico que se apoderaron de ellos mientras las monstruosas aguas de Helene se precipitaron sobre sus hogares de Swannanoa, Carolina del Norte, en el oscuro y gris amanecer del viernes 27 de septiembre. Steve avanzó en zigzag a través del agua y, finalmente, llegó a la entrada de unos desconocidos que compasivamente lo recibieron en su casa, donde el joven recibió lo que necesitaba para superar su crisis de salud. Gil guio con éxito a Dennis y Joane, y los dejó en un terreno más alto, donde permanecieron horas bajo la lluvia torrencial y contemplaron cómo el agua corría debajo de ellos. Julia logró subir la escalera y se quedó dos días en la planta alta esperando que la inundación en su hogar retrocediera lo suficiente para poder atravesarla a pie.
Aunque agradecidos por su vida, cada uno de ellos tenía que enfrentar una situación desesperada. Las paredes estaban empapadas, casi todas sus pertenencias arruinadas, y los pisos estaban cubiertos por varios centímetros de barro resbaloso. “Ni siquiera sabía por dónde empezar a limpiar”, dijo Julia. “Miramos alrededor y nos quedamos paralizados”, dijo Dennis. “Perdí todo”, dijo Steve, mientras sus lágrimas abundantes caían sobre el pañuelo que tenía atado a su cuello.
Fue en esta hora de desesperación que el Señor envió a Samaritan’s Purse y a nuestro ejército de voluntarios para llevar Su amor a los que necesitaban saber que Él no los había olvidado. En un solo día, más de 1300 voluntarios se diseminaron por la zona de Asheville, en Carolina del Norte, para servir a los propietarios sufridos. “Fue como si nuestro vecindario hubiera sido inundado por otra ola impetuosa”, dijo Julia. “Pero esta vez, era una ola de alegría”.
“Ver a esas camisetas naranja entrar en nuestro vecindario con sus sonrisas nos devolvió el aire a los pulmones”, dijo Dennis.
“En este momento, estoy en el peor momento de mi vida”, dijo Steve. “Sentía que nadie me ayudaría. Y, entonces, llegaron ustedes. Gracias a Dios que ustedes vinieron”.
“Sentía que nadie me ayudaría. Y, entonces, llegaron ustedes. Gracias a Dios que ustedes vinieron”.
Uno de esos voluntarios era Andrii, un estudiante de la Universidad de Montreat. Como ucraniano que se vio obligado a huir de su hogar en Kiev por causa de la guerra, Andrii sabe qué se siente perderlo todo y tener que empezar de nuevo. “Dios me guardó”, dijo. “Él me trajo aquí, a Estados Unidos, cerca de este lugar donde ahora hay tanto dolor. Tenía que estar aquí para darle gracias al Señor por lo que Él hizo por mí y para ser un ejemplo de que hay esperanza en Cristo”.
Cuando finalizaba el día de trabajo y los voluntarios comenzaban a guardar todo en los camiones, Steve, Dennis, Joanne y Julia se sintieron alentados por la labor, pero más aún por el amor de Dios que les habían demostrado. “Esto me cambió la vida”, dijo Dennis, sosteniendo firmemente con sus manos contra su corazón la Biblia que le regalaron los voluntarios. “Alabado sea Dios, nunca volveré a ser el mismo”.