Las unidades médicas móviles de Samaritan’s Purse traen atención sanitaria urgente a las aldeas remotas.
Nyawika, su madre, nos contó cómo empezó todo tres años atrás. Kawine estaba ocupada con sus labores de la tarde, y los demás niños jugaban bajo la sombra de un árbol. De repente, Nyawika escuchó “a los niños gritar por ayuda y corrió a verlos”, y encontró a Kawine sacudiéndose en el suelo.
Todos esperaban que la fiebre de malaria fuera la que provocaba estas convulsiones. Pero las convulsiones continuaron, a pesar de la medicina para la malaria de una farmacia local.
Noche y día, Nyawika trataba de vigilar a Kawine para asegurarse que no se golpeara en el suelo o chocara contra la estufa o cayera en el fuego. Los moretones y las quemaduras mostraron que no había suficientes ojos para proteger a la niña de los episodios que la sacudían sin advertencia.
No es brujería
La mamá y su hija enferma pasaron casi dos años en otra ciudad buscando ayuda de un médico espiritual. Su familia y amigos habían convencido a Nyawika que Kawine era atormentada por una maldición.
“El curandero exigía mucho dinero por sus servicios”, dijo Nyawika, y recordó cómo sus prácticas de sanidad solo parecían agitar más la situación.
Entonces la unidad médica móvil de Samaritans’ Purse llegó a su aldea, en Koatna Ruathnyibol Payam. Al escuchar buenas noticias sobre nuestro trabajo de parte de un pariente, Nyawika y Kawine vinieron a visitar a nuestro equipo. De hecho, Kawine se había quemado la noche anterior después de caer en el fuego durante una convulsión. Era la peor quemadura que había sufrido en los tres años.
Cuando entró a la unidad, el equipo médico comenzó a atender sus heridas, a orar por ella y ofrecer consuelo, y después indagó sobre los síntomas que las traían a ese lugar.
Pronto tuvieron algunas respuestas a estos temas. Al hablar el doctor, el alivio recorrió el cuerpo de Nyawika.
“Tu hija no está embrujada”, le explicó un médico. “No sabemos qué ha provocado su enfermedad, pero se llama epilepsia. Y hay medicamentos para esta condición”.
Nyawika y Kawine dejaron la unidad móvil ese día con medicina y la esperanza de que este era el fin de su trayecto por un tratamiento. Los meses venideros lo probarían.
Un nuevo comienzo en casa
Alabamos a Dios que ya han pasado varios meses desde que la niña comenzó el tratamiento y han pasado muchos meses desde su última convulsión. Cada mes, Nyawika regresa por la medicina y a reportar las noticias, todas buenas.
“Estaré siempre agradecida por el equipo médico y su ayuda ejemplar”, dijo. “No estoy gastando por el tratamiento de Kawine, y su salud ha mejorado”.
Para personas como Nyawika y Kawine, que viven en aldeas apartadas como Koatna Ruathnyibol Payam, el cuidado médico básico estaba fuera de alcance. Requerían de viajar largas distancias, por lo general a pie, y durante horas, para ir a las instalaciones de salud con poco equipo y personal.
Nuestras unidades médicas móviles viajan grandes distancias en estas aldeas remotas de Sudán del Sur para proveer cuidado de emergencia y básico, educación en la prevención de enfermedades, y apoyo emocional a través de personal capacitado.
En la mayoría de los casos, las unidades médicas proveen el cuidado a las comunidades donde otros de nuestros programas se han establecido, como de sustento, y de agua, salubridad e higiene. Cada unidad tiene la capacidad de atender a 200 pacientes por día.
Todo esto ocurre en una región donde la mortalidad de madres y muertes de neonatos aumenta, donde la desnutrición es una amenaza constante, donde hay temporadas de inundaciones torrenciales que acaban con los cultivos, y donde las familias pueden pasar años buscando tratamientos que no funcionan.
Para la familia de Nyawika, este viaje ha terminado con gozo. Han podido regresar a casa y volver a sus vidas después de años difíciles.
“Este año he podido cultivar mi jardín y proveer para mi familia”, dijo Nyawika. “Dar alimento a mis niños”.